
El reloj de la meta del maratón de Boston marcaba 4 horas, 9
minutos y 43 segundos cuando estalló el primer artefacto entre las filas del público que seguía la carrera. Hacía ya hora y media que habían entrado los mejores
atletas y se acercaban en ese momento al final de su odisea los más modestos
aficionados. Algunos de ellos cayeron al suelo por efecto del estallido, otros
siguieron corriendo espantados entre los gritos y los llantos de los presentes.
El público saltó alocadamente las vallas de protección buscando refugio sin
rumbo.
Tras su huida, los
rastros de sangre y el destrozo provocado fueron la primera indicación del
tamaño de la tragedia ocurrida. Apenas 10 segundos después hizo explosión una
segunda bomba en un lugar próximo. Al tratarse de un acontecimiento de esa
magnitud y seguimiento, la policía y las ambulancias, que se encontraban
movilizados en la zona, estuvieron inmediatamente en condiciones de traslada a los heridos al hospital, lo que, probablemente, salvó algunas
vidas.
A la
confusión de las personas que abandonaban la zona se sumaba la incredulidad de
los corredores que llegaban. Muchos no eran conscientes de la tragedia que acababa
de sufrir la ciudad y se quejaban de la marca conseguida debido a la
interrupción de la carrera. “Fue horrible. No
recuerdo nada peor en toda mi vida”.

Las autoridades tomaron rápidamente
medidas extraordinarias de seguridad en Boston y en otras ciudades de Estados Unidos. En Nueva York,
Washington y Los Ángeles se adoptaron también medidas adicionales de protección
de los edificios más representativos, con el recuerdo inevitable del ataque terrorista del 11-S. Desde esa fecha, no se había producido un
ataque de esta naturaleza.
La de Boston, que este año reunía a unos 30.000 corredores
de todo el mundo, es una de las más antiguas e ilustres y, por tanto, un
objetivo magnífico para quien pretende alcanzar relevancia a costa de sangre
fácil. Por mucha protección que se quiera dar a un evento así, siempre será
inevitable una acción de esas características.
Es difícil comprender
cuáles pueden ser los motivos que llevan a una persona, en este caso los dos
jóvenes, a cometer actos como este. Ninguna razón podrá justificar jamás
provocar tanto dolor a tantas personas en vano.
En Boston se celebraba una maratón en la que participaban personas de muchos países,
distintas razas, sexo, ideología, con diferencias sociales, culturales y
religiosas, y sin que a nadie se le vetara por estas circunstancias o
condiciones. Lo mismo que en Boston ocurre en otras ciudades de todo el mundo. Y sin embargo, alguno o
algunos, en un atentado evidentemente planeado y organizado, cometen un crimen
indiscriminado que, al menos, ya le ha costado la vida a tres personas y ha
causado 176 heridos, 17 de ellos críticos, cuando escribo estas líneas.

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