El maratón de Boston, una de las señas de
identidad de esta histórica ciudad, fue objeto el pasado lunes de un ataque con
bombas, coordinado y perfectamente planificado, según la policía, que tenía el
claro propósito de sembrar la muerte y el caos de forma masiva e
indiscriminada. Tres personas perdieron la vida, según un primer balance, y
ciento setenta y seis sufrieron heridas de diversa consideración. Las detonaciones se produjeron en el centro de la ciudad y dejaron en los hospitales decenas de
amputados y heridos en estado crítico. Uno de los tres muertos es un
niño de ocho años.
El reloj de la meta del maratón de Boston marcaba 4 horas, 9
minutos y 43 segundos cuando estalló el primer artefacto entre las filas del público que seguía la carrera. Hacía ya hora y media que habían entrado los mejores
atletas y se acercaban en ese momento al final de su odisea los más modestos
aficionados. Algunos de ellos cayeron al suelo por efecto del estallido, otros
siguieron corriendo espantados entre los gritos y los llantos de los presentes.
El público saltó alocadamente las vallas de protección buscando refugio sin
rumbo.
Tras su huida, los
rastros de sangre y el destrozo provocado fueron la primera indicación del
tamaño de la tragedia ocurrida. Apenas 10 segundos después hizo explosión una
segunda bomba en un lugar próximo. Al tratarse de un acontecimiento de esa
magnitud y seguimiento, la policía y las ambulancias, que se encontraban
movilizados en la zona, estuvieron inmediatamente en condiciones de traslada a los heridos al hospital, lo que, probablemente, salvó algunas
vidas.
A la
confusión de las personas que abandonaban la zona se sumaba la incredulidad de
los corredores que llegaban. Muchos no eran conscientes de la tragedia que acababa
de sufrir la ciudad y se quejaban de la marca conseguida debido a la
interrupción de la carrera. “Fue horrible. No
recuerdo nada peor en toda mi vida”.
Muchos se habían estado preparando durante meses para una de las carreras más prestigiosas del
mundo, pero a pocos kilómetros de la meta notaron que algo raro ocurría. El
público, lejos de corearles como suele suceder, miraba sus teléfonos móviles
mientras muchos comenzaban a marcharse. La doble explosión sorprendió a muchos
corredores a punto de atravesar la línea de meta o celebrando que habían
concluido con éxito su primer maratón.
Las autoridades tomaron rápidamente
medidas extraordinarias de seguridad en Boston y en otras ciudades de Estados Unidos. En Nueva York,
Washington y Los Ángeles se adoptaron también medidas adicionales de protección
de los edificios más representativos, con el recuerdo inevitable del ataque terrorista del 11-S. Desde esa fecha, no se había producido un
ataque de esta naturaleza.
La de Boston, que este año reunía a unos 30.000 corredores
de todo el mundo, es una de las más antiguas e ilustres y, por tanto, un
objetivo magnífico para quien pretende alcanzar relevancia a costa de sangre
fácil. Por mucha protección que se quiera dar a un evento así, siempre será
inevitable una acción de esas características.
Es difícil comprender
cuáles pueden ser los motivos que llevan a una persona, en este caso los dos
jóvenes, a cometer actos como este. Ninguna razón podrá justificar jamás
provocar tanto dolor a tantas personas en vano.
En Boston se celebraba una maratón en la que participaban personas de muchos países,
distintas razas, sexo, ideología, con diferencias sociales, culturales y
religiosas, y sin que a nadie se le vetara por estas circunstancias o
condiciones. Lo mismo que en Boston ocurre en otras ciudades de todo el mundo. Y sin embargo, alguno o
algunos, en un atentado evidentemente planeado y organizado, cometen un crimen
indiscriminado que, al menos, ya le ha costado la vida a tres personas y ha
causado 176 heridos, 17 de ellos críticos, cuando escribo estas líneas.
Estamos
una vez más ante el terrorismo puro y duro que atenta contra todo el que se le
ponga por delante. El terrorismo es injustificable. Los que han planeado y
realizado esta barbaridad de Boston no han conseguido sus propósitos, aunque eso sí, han segado la vida de
algunas personas y arruinado la de muchas. Las víctimas son las que merecen el reconocimiento permanente de la sociedad.
No confundirse es fundamental para acabar con el terrorismo y para que la
justicia permanezca. La maratón representa el esfuerzo, la capacidad de
relación y la solidaridad humana, mientras que el terrorismo es todo lo
contrario. Acontecimientos como el de Boston no deben de ser nunca
olvidados para evitar que estos mismos errores vuelvan a repetirse en el
futuro, y para así, el sufrimiento de tanta gente y la muerte de personas
inocentes.
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