miércoles, 15 de mayo de 2013

Recemos por Boston.

      El maratón de Boston, una de las señas de identidad de esta histórica ciudad, fue objeto el pasado lunes de un ataque con bombas, coordinado y perfectamente planificado, según la policía, que tenía el claro propósito de sembrar la muerte y el caos de forma masiva e indiscriminada. Tres personas perdieron la vida, según un primer balance, y ciento setenta y seis sufrieron heridas de diversa consideración. Las detonaciones se produjeron en el centro de la ciudad y dejaron en los hospitales decenas de amputados y heridos en estado crítico. Uno de los tres muertos es un niño de ocho años
          El reloj de la meta del maratón de Boston marcaba 4 horas, 9 minutos y 43 segundos cuando estalló el primer artefacto entre las filas del público que seguía la carrera. Hacía ya hora y media que habían entrado los mejores atletas y se acercaban en ese momento al final de su odisea los más modestos aficionados. Algunos de ellos cayeron al suelo por efecto del estallido, otros siguieron corriendo espantados entre los gritos y los llantos de los presentes. El público saltó alocadamente las vallas de protección buscando refugio sin rumbo.

     Tras su huida, los rastros de sangre y el destrozo provocado fueron la primera indicación del tamaño de la tragedia ocurrida. Apenas 10 segundos después hizo explosión una segunda bomba en un lugar próximo. Al tratarse de un acontecimiento de esa magnitud y seguimiento, la policía y las ambulancias, que se encontraban movilizados en la zona, estuvieron inmediatamente en condiciones de traslada a los heridos al hospital, lo que, probablemente, salvó algunas vidas.
     A la confusión de las personas que abandonaban la zona se sumaba la incredulidad de los corredores que llegaban. Muchos no eran conscientes de la tragedia que acababa de sufrir la ciudad y se quejaban de la marca conseguida debido a la interrupción de la carrera. “Fue horrible. No recuerdo nada peor en toda mi vida”.
         Muchos se habían estado preparando durante meses para una de las carreras más prestigiosas del mundo, pero a pocos kilómetros de la meta notaron que algo raro ocurría. El público, lejos de corearles como suele suceder, miraba sus teléfonos móviles mientras muchos comenzaban a marcharse. La doble explosión sorprendió a muchos corredores a punto de atravesar la línea de meta o celebrando que habían concluido con éxito su primer maratón.
         Las autoridades tomaron rápidamente medidas extraordinarias de seguridad en Boston y en otras ciudades de Estados Unidos. En Nueva York, Washington y Los Ángeles se adoptaron también medidas adicionales de protección de los edificios más representativos, con el recuerdo inevitable del ataque terrorista del 11-S. Desde esa fecha, no se había producido un ataque de esta naturaleza.

    La de Boston, que este año reunía a unos 30.000 corredores de todo el mundo, es una de las más antiguas e ilustres y, por tanto, un objetivo magnífico para quien pretende alcanzar relevancia a costa de sangre fácil. Por mucha protección que se quiera dar a un evento así, siempre será inevitable una acción de esas características.

         Es difícil comprender cuáles pueden ser los motivos que llevan a una persona, en este caso los dos jóvenes, a cometer actos como este. Ninguna razón podrá justificar jamás provocar tanto dolor a tantas personas en vano. 

     En Boston se celebraba una maratón en la que participaban personas de muchos países, distintas razas, sexo, ideología, con diferencias sociales, culturales y religiosas, y sin que a nadie se le vetara por estas circunstancias o condiciones. Lo mismo que en Boston ocurre en otras ciudades de todo el mundo. Y sin embargo, alguno o algunos, en un atentado evidentemente planeado y organizado, cometen un crimen indiscriminado que, al menos, ya le ha costado la vida a tres personas y ha causado 176 heridos, 17 de ellos críticos, cuando escribo estas líneas.
     Estamos una vez más ante el terrorismo puro y duro que atenta contra todo el que se le ponga por delante. El terrorismo es injustificable. Los que han planeado y realizado esta barbaridad de Boston no han conseguido sus propósitos, aunque eso sí, han segado la vida de algunas personas y arruinado la de muchas. Las víctimas son las que merecen el reconocimiento permanente de la sociedad. No confundirse es fundamental para acabar con el terrorismo y para que la justicia permanezca. La maratón representa el esfuerzo, la capacidad de relación y la solidaridad humana, mientras que el terrorismo es todo lo contrario. Acontecimientos como el de Boston no deben de ser nunca olvidados para evitar que estos mismos errores vuelvan a repetirse en el futuro, y para así, el sufrimiento de tanta gente y la muerte de personas inocentes.

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