No hay que tirar la toalla (sería un despilfarro en los tiempos que corren), hay razones para el optimismo. Estamos en primavera, y como afortunadamente las flores no ven el telediario, ha vuelto a estallar la vida (y las alergias también, todo hay que decirlo). Pero parece que este año las cosas están tan mal, que hasta las estaciones se han enterado de lo que pasa en España, y quizás no haya verano en el país, según los más pesimistas. Sólo nos queda esperar, y ver (porque esperemos que no nos recorten hasta eso). Ajena al desánimo, la primavera nos calienta, aunque no en exceso, como si eso que llaman prima de riesgo o déficit no pusieran en grave peligro el equilibrio del cosmos universal.
Debemos alegrarnos de que en los últimos meses no se ha previsto ningún fin del mundo, los políticos nos dan un descanso temporal y se acaba la liga. El verano está llegando, y con ello, el fin de la monotonía. Y no se acaban ahí las buenas noticias, porque nuestros pantanos están a tope (y no es para menos, con lo que ha llovido, y literalmente también). Y es que no se puede tener todo en esta vida. Paseando por nuestro querido país podemos constatar a diario que tenemos una de las redes tranviarias más avanzadas, aunque en desuso por falta de recursos, ya lo sé (quién lo diría en los tiempos que corren, Rajoy no debe de haberse enterado todavía), pero las vías y obras públicas adornan un montón. Y debemos de sonreír, porque en Europa casi parece que no les importamos, y casi ni miran para nosotros (y pensábamos que eso solo pasaba en Eurovisión). Todo eso no acaba ahí, porque ni la Comisión Europea ni el BCE ni el FMI o demás siglas siniestras pero fascinantes nos han sugerido todavía un impuesto (pero no hay que profundizar mucho en esto, no vaya a ser que demos ideas a gentes tan imaginativas).

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